50 Behobia-San Sebastián

En mi segunda participación en la Behobia-San Sebastián he constatado que esta no es una carrera que se corra con gps ni se mida por minutos por kilómetro. La Behobia es una carrera que se corre con el corazón y se mide por latidos.

Seguramente hoy hay miles de corredores que tras disputar la 50 edición de la clásica donostiarra estén felices de haber rebajado una vez más segundos a su mejor mejor marca en esta carrera. Pero seguro que otros muchos miles lo son por el simple hecho de haber podido disfrutar de la mejor carrera de su vida.

La Behobia es una carrera que no se limita a la hora o a las dos horas que cada corredor destina en recorrer los 20 kilómetros que separan Behobia de San Sebastián. Esta es una carrera mucho más larga. Principalmente porque llega mucha gente de cualquier parte de la península y también de muchas ciudades y pueblos franceses. Gente que pernocta la noche anterior en el primer hueco que encuentra en un hotel, hostal o albergue de las cercanías de Donostia porque en la ciudad ya hace muchos meses que no queda ninguna cama libre. Gente que pasa el sábado en la feria de corredor mientras recoge el dorsal y la bolsa del corredor, además de disfrutar de un sinfín de actividades que la organización planea para amenizar la previa. Muchas más en esta ocasión al tratarse de su 50 edición.

El corredor, además, el día de la carrera está citado con mucha antelación en el punto de salida si quiere que la organización traslade su bolsa hasta la llegada. La espera se puede eternizar si tiene la hora límite a las 9:30 y la salida a las 11:30. Básicamente porque la climatología no va a amenizar la espera. Estamos en Euskadi y aquí llueve y hace viento en cualquier momento. Y en la zona de la salida solo hay una gasolinera para refugiarse y 30.000 corredores.

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Pero estamos también en una carrera que cuida al corredor como ninguna otra. Una carrera donde el speaker se va a dejar la voz por animarnos. Donde los voluntarios van a ir a recogerte uno a uno para llevarte a tu cajón de salida. Unos voluntarios que van a ayudarte en cualquier punto del trayecto, ya sea preparando vasos sin descanso en los generosos puntos de avituallamiento, ya sea para alentarte en tu peor momento.

Y ahí es donde reside la clave de esta carrera, de perfil muy duro para la gente que habitualmente entrena sobre asfalto en la planicie de su ciudad, en el aliento de la gente.

A excepción de algún punto algo más desértico, el recorrido es como si de una cinta transportadora se tratara. Sales de chocar la mano con un niño para que te recoja el «aúpa» del siguiente espectador. Y como vayas visiblemente perjudicado no te van a abandonar en todo el recorrido. Este fue mi caso. Desde el kilómetro 5 que se me sobrecargó la rodilla derecha viví un auténtico calvario. Por proteger el dolor de la zona me fueron apareciendo dolores en ambas piernas desde la rodilla a la cadera pasando por los abductores. 15 kilómetros de continuas paradas sin poder recorrer ni dos kilómetros sin sentir dolor en alguna zona.

Esta vez había renunciado a mi salida en el cajón 9 azul para acompañar a Carlos Martínez, Xals para los amigos, también miembro de am14, que debutaba en esta carrera en el penúltimo cajón, confiando en mi «experiencia» para llegar a Donostia. Tras el primer dolor ya sabía que aquello no iba a funcionar. Pero por mucho que le insistiera que tirara e hiciera su carrera me repetía que habíamos decidido hacer una carrera juntos y la íbamos a terminar juntos. Durante algunos kilómetros eso era suficiente para que siguiera adelante, pero a medida que se sucedían las cuestas mayor era la necesidad de parar. Parar y retrasar a mi compañero. Todo en uno.

En esta edición, la organización decidió cambiar el itinerario que desde 1979 se venía disputando (39 ediciones) por el recorrido original que se corrió en las 14 primeras, entre 1919 y 1963. Decidió eliminar los toboganes de Lezo y el aburrido Puerto de Pasajes y substituirlo por el centro de Errenteria y una nueva zona de toboganes, podríamos llamar, hasta llegar a Miracruz. Con eso se ha ganado en animación. Y de qué manera. Pasar por Errenteria fue algo espectacular. Subir la cuesta de Capuchinos con tanta gente animando seguramente a quien fuera bien de piernas le debió parecer un falso llano.

Por desgracia no fue mi caso. La cuesta me pareció el Tourmalet y eso que me faltaba Miracruz, el puerto definitivo. Pero la gente que poblaba las aceras y los márgenes de las calles estaba empecinada en que yo llegase a Donostia por mi propio pie y no de cualquier manera, no, corriendo. Por aquella zona hacía más de tres horas que habían visto pasar corredores en silla de ruedas, patinadores y corredores. Muchos corredores. Por allí habían visto pasar al ganador de esta edición Jose Carlos Hernandez, a Pablo Villalobos, Enrique Fernández, Alejandro Martínez y Marc Roig, segundo, tercero, cuarto y quinto de la clasificación masculina. A Vanessa Veiga, ganadora de entre las mujeres. A Verónica Pérez, Ana Ollo, Laura Fernández María Yolanda Gutierrez que completaban el top-5. Pero no tengo ni idea de por qué la gente seguía allí esperando a que pasáramos todos. Gente que te miraba a los ojos y te llamaba por tu nombre. Que te instaba a no detenerte. Gente que al día siguiente si te cruzas paseando reconocerías y él te reconocería a ti. Porque de verdad que te hacían creer, que coño, estoy seguro, que estaban allí por mí. Por cada uno de nosotros. Del primero al último. De Jose Carlos al señor de 80 años que tuvo el placer de cerrar la carrera y respondía al nombre de Ramón.

Llegar hasta el kilómetro 15 nos llevó, además de 1 hora y 28 minutos, mucho desgaste psicológico. Ver como se acercaba Miracruz teniendo muy claro que iba a ser imposible subir corriendo, no me ayudaba a recuperarme y, claro, conseguí enfadar a un espectador. Después de chocar la enésima mano de un niño o niña –la mejor medicina para mí de esta carrera– me encontré con un cuarto de naranja pelada en mi mano. Me la había dado porque me vio en las últimas y yo vi el cielo abierto. Así que me paré para degustar ese exquisito manjar. Ya no deseaba nada más que pararme a comer la naranja. Y eso a alguien que llevaba 3 horas esperando que yo llegara al puerto más exigente del asfalto de la Behobia no le gustó en absoluto. Me encontré de repente regañado por un desconocido que se preocupaba por mí como si fuera mi hermano. Me gritó que yo no había ido a la carrera para pararme a comer. Que no había corrido 16 kilómetros para nada. Que estaba a escasos metros de hoyar la cumbre –si, para mi aquello era el Everest y más después de que Capuchinos fuera el Tourmalet– y que tirara para arriba. Así que tras el enésimo empujón de Xals tiré para arriba y después para abajo y así hasta llegar a la meta. Una meta que crucé llorando por primera vez en mi vida.

Conseguimos al menos cumplir el penúltimo objetivo que te puedes marcar en esta carrera, bajar de las dos horas. El primero y el último también lo cumplimos, disfrutar y acabar. Eskerrik asko.

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