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Ni cara ni cruz. En Londres nos salió canto. Empezamos ganando, casi perdemos y acabamos empatando, al final, un partido extraño. Seguimos últimos pero llevamos cuatro partidos sin perder, sumando poco a poco (seis de doce puntos) y mirando al futuro inmediato con mejores sensaciones.
Hablo en plural porque soy Blackpool. Llevo tres partidos pasando frío en el banquillo, sin jugar ni un minuto y cabreado con una situación incómoda y a la que no me acostumbro. «El día que no te cabrees por no jugar será el día que debas dejarlo» me dijo un día Rijkaard en un entrenamiento con el Barcelona. Entonces era joven y de vez en cuando entrenábamos algunos del Barça B con el primer equipo.
Contra lo que la gente piensa, contra el recuerdo que pueda haber en Barcelona, Rijkaard era un tío muy exigente. Lo era con Ronaldinho y lo era con Orlandi; quiero decir que a la hora de trabajar no hacía distinciones más allá de la relación lógica que tenía con unos y con otros. Con los cracks o veteranos y con los jovenzuelos que pensábamos que íbamos a comernos el mundo.
Mi tiempo en el Barça fue de un aprendizaje tremendo y cuando años después veía al equipo de Guardiola pensaba, y lo pienso, que Pep llevó hasta el máximo lo que había ya empezado con Rijkaard. Ese fútbol de combinación, ese juego rápido, los pases, los espacios, las llegadas desde la segunda línea, las coberturas… Todo.
Eso al menos me quedó. Y estoy orgulloso, por mucho que mi nombre apenas será un apéndice en la historia del club, de haber sido parte de ello. Ahora forma parte del recuerdo pero mantengo dentro de mi aquella frase de Rijkaard. Y me cabreo con el mundo porque no juego. Pero soy Blackpool.
Viene todo esto a cuento porque el jueves nos suelen dar en el club el correo que recibimos y tuve una carta que me descolocó. Que me provocó pensamientos encontrados y que me ayudó mucho. No sé porqué pero ya tenía la sensación de que no sería titular contra el Charlton y mi humor no era el mejor. ‘A ver qué me dicen‘ pensé cuando abrí la carta… Y fue un golpe directo al corazón.
Normalmente te suelen pedir que les envíes una foto firmada o algo parecido, pero esta vez era algo muy diferente. Eddie Scott es un aficionado del Blackpool que me explicaba que seguía al equipo «desde hace más de 40 años«, en los buenos y en los malos momentos, que se desplaza siempre que puede para animar al equipo y que había leído semanas atrás una de mis columnas en las que yo pedía perdón por no haber saludado a los fans después de una derrota en Reading. Me recordó que para ellos, los aficionados, significa mucho un simple saludo del jugador al acabar el partido, más allá de la frustración o del enfado. El aficionado padece por los colores que defiendes y en el fondo el futbolista es egoísta por principio. Esta carta me hizo reflexionar y de verdad que aprecié que esta persona perdiera su tiempo en contarme su historia y mostrarme su apoyo.
El viernes perdí un rato del mío, de mi tiempo, hablando con un amigo de Barcelona. Aquel que es hincha del Wimbledon y que está eufórico porque les ha tocado el Liverpool en la FA Cup. Le van las historias del fútbol y me habló del Blackpool que ganó la Copa en 1953 al Bolton, con tres goles de Mortensen y dando la vuelta al marcador en los dos últimos minutos. Me explicó quién era Mortensen y me habló de Jimmy Armfield, de Stanley Matthews, a quien se dedicó aquella final por su gran partido, y del carácter íntimo de tantos clubs en Inglaterra que provocan que todos los Eddie Scott merezcan nuestra atención. Por eso sufrí especialmente el sábado en Londres. No sé si Eddie estaba en The Valley pero sí os puedo asegurar que cuando Steve marcó el empate en el minuto 89 fue un subidón brutal. Quienes estuvieron en la grada lo merecían. Ellos por encima de todos.
Había sido una semana especial en muchos aspectos. Comenzando por el video-calendario que organiza el club con los jugadores cantando canciones navideñas y respondiendo preguntas con el clásico ‘Christmas jumper‘, haciendo básicamente el ridículo pero humanizándonos ante los aficionados más jóvenes, y acabando con la visita al Victoria Hospital de Blackpool.
Mi versión del ‘Feliz Navidad‘ no tiene desperdicio. No me podrán achacar las ganas que le pongo al asunto a la hora de cantar y mostrar mi mejor cara. Y lo del hospital es otra historia. Sacar una sonrisa a los críos que están ahí es un premio personal porque de verdad que te deja tocado ver a niños y niñas que pasan por una situación en la que nunca deberían encontrarse. Lo hacemos en Blackpool como se hace en Brighton y Swansea. Nunca me planteé una ‘excusa’ para no ir porque es un rato difícil de explicar pero que tienes que vivir para saber qué eres. No sé si me explico muy bien.
En Brighton incluso íbamos a las escuelas una vez cada dos o tres semanas a hacer clases con los niños… Y Orlandi era el tío más feliz del mundo. Hasta me encontré en The Amex, un día de partido, con algún niño con quien había compartido ese rato en el colegio y existía una ‘conexión’ especial. Mirar su expresión de felicidad en la cara… Eso no tiene precio.
Os escribo esto a toda prisa mientras me calzo las botas y el gorro… Hoy domingo (ayer, vale, pero es cuando voy escribiendo) me toca ir a hacer de Papa Noel, y con carta. Tengo muchas ganas de celebrar la Navidad porque el año pasado Norah se obcecó en que papa Noel era feo y no hubo manera de hacerle cambiar de idea. Ha sido un año duro de intensas sesiones de lavado de imagen para el pobre Santa Claus y parece que Laura y yo lo hemos conseguido. No nos valía nada, ni el clásico ‘pórtate bien o Papa Noel no te traerá nada‘ porque ella te miraba con una cara muy suya como diciendo que ese señor tan feo no me tiene que traer lo que yo quiero. Pero lo hemos conseguido. ¡Prueba superada!
Una semana más y una jornada menos. El sábado que viene jugamos en casa contra el Bournemouth. El último contra el primero, buena prueba. Hace cuatro años ellos ascendieron de League 2 y el Blackpool ascendió a la Premier. Yo jugué en Bloomfield Road con el Swansea aquella temporada. 5-1. No os digo más. A lo que iba. Mirar el crecimiento del Bournemouth, que el sábado ganó 5-3 al Cardiff y lleva 12 partidos sin perder, provoca envidia sana.
Y también motiva como prueba después de los últimos resultados. Hablo en plural, claro, porque como os he dicho yo soy Blackpool. Si tengo que hablar en singular solo se me ocurre apelar al trabajo de toda la semana para demostrarle al entrenador que estoy ahí, preparado y enfadado porque no me conformo con ser un simple suplente. Rijkaard me enseñó a rebelarme a través de la dureza y cuanto más difícil parece la prueba, más fuerte tienes que entrenar. Mi orgullo no me permite pensar y actuar de otra manera.