El crepúsculo caía sobre la Barceloneta. Los tonos rosáceos y añil se cernían sobre el horizonte y a Quimet le sobrevino el recuerdo de las primeras estampas que coleccionara con sus jugadores favoritos. Marti Filosía, Rifé, Gallego… Gradas vacías y fotos evocadoras de una larga travesía. ‘No aprenem‘, se maldijo.
Había dejado a su sobrino a cargo de Manolo, en una bodega del Raval que frecuentaba mientras él iba a hacer unos ‘mandaíllos‘. Su hermana, separada, acudió ese fin de semana a un casting para representar una obra teatral y no le quedó más remedio que dejar a su hijo con el indeseable de Quimet.
Dejó (hizo) que la chica le pagara el taxi, al igual que ocurrió con las ‘mitjanas’ y las raciones de bravas. A Quimet le picaba el bolsillo especialmente en esta época de vacas flacas para un ‘lampi’ de un Poble más Sec que nunca y hubo de tragarse el orgullo. Era el perfecto exponente de la Barcelona canalla que retratara otro Manolo.
Ese mismo orgullo le hizo pedir al taxista que le dejara varias manzanas más abajo de su destino para que no le vieran. Mientras deambulaba por el ‘barri’ calle arriba, Quimet iba recordando las historias que su abuelo le contaba sobre las barracas del Somorrostro donde se hacinaban miles de personas sin apenas recursos. Asistían impotentes a la destrucción de sus ‘viviendas’ y al día siguiente se ponían manos a la obra con los restos que el mismo mar les entregaba en la orilla. Cualquier trozo de piedra era aprovechado para volver a levantar sus ‘Masías’.
Se rebelaban contra su sino como un Cruyff de la vida, pensó. La visión de unos chiquillos con la camiseta de Messi, le hizo sacudirse la pesadumbre. De pronto, un pensamiento de rebeldía e inconformismo le invadió. «Si de una Liga de rebeldía salió todo esto, de esta cosecha saldrá un regimiento«, se dijo. Quimet se alzó el cuello de la chaqueta, se metió las manos en los bolsillos de su vaquero ajustado y arqueando las piernas, callejeó enjuto como si fuera un canterano más.
En la bodega, el sobrino de Quimet yacía adormecido con la cabeza apoyada sobre la mesa, bajo los letreros de ‘Prohibido el cante‘ y ‘Hoy no se fía, mañana tampoco‘. Sonaba ‘Huesos‘ y Quimet, rebuznando de amor, cargó al niño sobre sus hombros. Soltó una mirada cómplice y se despidió de Manolo. ‘Apúntame lo del noiet‘.
El chico se despertó y medio adormecido, le hizo una pregunta: «Tiet, ¿qué significa que hemos perdido un hombre pero ganado un referente?«. «Significa que somos tan necios que no apreciamos lo que tenemos entre manos hasta que ya es demasiado tarde. Somos tan burros que anteponemos el despecho a nuestro propio interés. Tú apúntate esto que te digo: ‘Seny, pit i collons, pero también rauxa‘. Rebélate, no te conformes y levántate como una barraca del Somorrostro en cuanto caigas«.
Quimet acostó a su sobrino, encendió un pitillo en el balcón y vió como la noche se había despejado sobre el puerto.
La foto es de Brian C. Parks