Ryan Leaf: el mayor fracaso de la historia

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Año 1998. Dos jugadores se disputan el primer puesto del draft de la National Football League. Juegan en la misma demarcación, la posición de quarterback, han quedado segundo y tercero en el trofeo que se otorga al mejor jugador universitario y todos los analistas coinciden que son dos de las mejores promesas que jamás ha deparado el deporte rey en los Estados Unidos. Ambos provienen de muy exitosas carreras en la universidad, triturando récords a su paso. La elección no era nada fácil para los equipos de la NFL implicados: a uno de ellos se le consideraba un jugador más maduro e inteligente, listo para triunfar desde el primer momento, pero con dudas sobre su brazo y falta de movilidad; el otro chorreaba talento por cada poro de su piel, físicamente era imponente y lanzaba touchdowns con una facilidad pasmosa, aunque su falta de ética de trabajo y su exceso de arrogancia eran dos aspectos que los equipos deberían tener en cuenta a la hora de firmarlo. Dieciséis años después, uno entra de lleno en el debate sobre el mejor jugador de la historia.

El otro está en la cárcel.

Esta es la historia de Ryan Leaf, el hombre que estuvo a punto de arrebatarle a Peyton Manning el primer puesto del draft en 1998 y que pasa sus días en la actualidad en una cárcel del estado de Montana como consecuencia de sus adicciones y los robos que hizo para mantenerlas. No muy lejos de allí empezó su andadura en el fútbol, cuando un joven Ryan llevó a su instituto a lograr la distinción de mejor equipo del Estado. Tras cerrar esa etapa, se decidió por los Cougars de la universidad de Washington State para continuar su ascenso hasta el fútbol profesional.

Fue allí donde Leaf comenzó a crecer bajo las órdenes de Mike Price en la muy complicada conferencia Pac-10, apodada la Conferencia de los Campeones por ser la que cuenta con más títulos de toda América. Tras no jugar demasiado en su primer año, como suele ser habitual en los freshman, su progreso fue meteórico en el segundo año y, en especial, en su tercera temporada. En su segundo año, el récord del equipo mejoró de 3-8 hasta 5-6 y lanzó para más de 2800 yardas, incluyendo 21 touchdowns y 11 interceptaciones. Sería el curso posterior el que confirmaría a Ryan como uno de los jugadores más prometedores de la historia del deporte americano. Catapultó a un mediocre equipo hasta su llegada a un registro de 10-2 y los llevó a la Rose Bowl, el partido que encumbraba al mejor equipo universitario del país, y que tenía lugar en el mítico estadio del mismo nombre. Era una oportunidad única para Washington State, que regresaba a su primera Rose Bowl desde 1931. Nuestro protagonista acabaría perdiendo el partido ante más de 100.000 espectadores a pesar de lanzar para más de 300 yardas, dar un pase de touchdown y ser interceptado en una ocasión.

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Con una gran temporada a sus espaldas, marcando el entonces récord de pases de TD de la Pac-10 con 33 y con una visita al partido del año, Ryan optó por no volver a la universidad para su año como senior y entrar al draft de 1998. Había quedado tercero en el trofeo Heismann a mejor jugador universitario, por detrás de Charles Woodson (ganador) y Peyton Manning. La única duda que se cernía sobre su futuro era saber si iba a enfundarse la camiseta de los Colts o no, ya que el equipo de Indianápolis poseía la primera elección del sorteo y necesitaban urgentemente un quarterback. Manning parecía la opción más segura, pero no tenía ni el brazo ni el físico de Leaf, lo que aún dificultaba más la decisión de Bill Polian, presidente del conjunto del estado de Indiana.

«Manning o Leaf: ¿a quién le importa?«, titulaba el New York Times por aquellas fechas, dejando a las claras que cualquiera de las dos opciones era igualmente válida y comparando el caso con el de John Elway y Dan Marino, dos geniales jugadores que también partieron del mismo sorteo. Al final, los Colts se decantaron por Manning, mientras que los Chargers de San Diego, que habían dado presente y futuro a los Cardinals de Arizona por tener la segunda elección, se quedaron con Leaf. El último no pareció muy a disgusto con su destino y la noche posterior al draft viajó a Las Vegas en el avión del presidente de su nuevo equipo a celebrarlo. No era casualidad: Ryan nunca quiso jugar en la fría e intrascendente Indianápolis y aún menos cuando la otra opción era la costa de California. Por ello, se presentó a las pruebas físicas previas al sorteo con prácticamente quince kilos de más y no fue a la entrevista que tenía programada con el entrenador de los Colts, Jim Mora. Esos hechos unidos a la gran entrevista que realizó Peyton fueron los que causaron que el equipo de Indianapolis, inicialmente inclinado a elegir a Ryan, firmara al hijo de Archie.

La carrera profesional de Ryan Leaf fue todo aquello que no ha sido la de Peyton Manning. Nada profesional, arrogante hasta decir basta y detestando entrenar, la nueva estrella de los Chargers únicamente despuntó en su primera pretemporada. Su carácter le granjeó la enemistad con sus compañeros de equipo. Significativo fue que antes de su debut, en una práctica con el equipo y tras ser interceptado, un compañero lo enviara al suelo con violencia, acción que fue celebrada con vítores por los otros jugadores y palmadas al defensa. La temporada no terminó mucho mejor que la anterior anécdota para Leaf, con sólo dos touchdowns lanzados en diez partidos y quince interceptaciones. Sus compañeros lo describían como una «pesadilla«. 

Lesionado antes de empezar el segundo curso, que se perdería entero, la carrera de Ryan acabaría sólo dos años después, en los Cowboys de Dallas. En su periplo en Texas, de únicamente cuatro partidos, lanzó un pase de TD y tres interceptaciones, perdiendo los cuatro partidos. En el momento de su retiro, había lanzado para 3.666 yardas, 14 TD, 36 INT y sólo había completado el 48.6% de sus pases. Por poner un contraste necesario, Manning en su primera temporada logró 3.739 yardas (récord para un rookiesólo superado en la actualidad por su heredero en los Colts, Andrew Luck), 26 TD, 28 INT y un porcentaje de pases completados del 56.7%.

«El fútbol perdió encanto cuando se convirtió en un trabajo«, declaró después de colgar las botas. Se graduó en Humanidades en la universidad de Washington State. En 2006, regresó al fútbol universitario, el último lugar en el que fue feliz, esta vez uniéndose al cuerpo de entrenadores de la West Texas A&M. De su puesto fue despedido dos años más tarde, en 2008, cuando se descubrió que pedía a los jugadores lesionados pastillas para calmar el dolor que provocaban en él lesiones pasadas. «Todos sabían que si te lesionabas, recibías una visita suya«, comentó el fiscal del distrito que llevó su caso, «y cuando se iba lo hacía con la mitad de la medicación«.

Para 2010, año en el que volvió a Pullman, ciudad en la que cursó sus estudios universitarios, ya había tenido más de un roce con la justicia y se encontraba en libertad condicional por su adicción a los calmantes, situación que lo llevó a allanar casas con el único objetivo de obtener recetas para apaciguar su dolor y ansiedad. En 2012, año en el que se cumplían diez de su retiro, Ryan Leaf se hallaba de nuevo en su pueblo natal, Great Falls, en el estado de Montana. Allí volvió a las andadas e irrumpió en moradas ajenas, robando y llevándose toda receta que encontrara. Un juez finalmente lo condenó a siete años de prisión, de los cuales pasaría los primeros nueve meses en un centro en el que su adicción sería tratada. Sin embargo, antes de que concluyera dicho período fue enviado a la cárcel del estado de Montana debido a su comportamiento.

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En una celda de menos de cinco metros cuadrados transcurren ahora los días para Ryan. «Cuando tomaba las pastillas no tenía que lidiar con los sentimientos de ser un fracaso» confesó al que fuera por unos días compañero de celda. Encerrado, evita hablar de cualquier cosa relacionada con el fútbol, nada que le haga recordar que una vez se le vio como el gran quarterback del futuro, como una mayor promesa que Peyton Manning. «Estoy donde tengo que estar«, escribió en una carta a esa misma persona. «Estoy sobrio, seguro y no daño ni a mi familia ni a mi comunidad«. La paz, al fin, ha llegado para Ryan Leaf, el ex-jugador de fútbol que no soportaba fracasar cayendo en el callejón sin salida que representaban los estupefacientes ni podía aguantar sobrio la noción de ser considerado el mayor fracaso de la historia del deporte más seguido de su país. 

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