Rosell y la Primera Ley de Newton

La renovación de Zubizarreta es la última decisión de una Junta Directiva especializada en acciones incomprensibles, como mínimo para aquellos que no acertamos a ver el plan mayor al que responden. El palmarés de Zubizarreta como director técnico es, a simple vista, uno de los más espectaculares que jamás haya amasado alguien en su posición. Sin embargo, su protagonismo en ellos es, como el de su presidente, mucho menos claro que todos esos trofeos que relucen en las vitrinas del club. Y, lo que es peor, comienza a cundir la percepción de que sin ellos habría menos espacio libre en ellas.

No es una sensación sin fundamentos. La presidencia de Sandro Rosell se ha caracterizado por la dejadez como hecho diferencial. Intentar no tocar nada, ignorando -conscientemente o no- que en el fútbol todo puede cambiar en un segundo, que no hay inercia que dure para siempre. Es tremendamente significativo que los dos entrenadores más influyentes y trascendentales que ha tenido el club en sus casi 114 años de historia no puedan ni ver al mandatario culé, a pesar de sus personalidades especiales cuanto menos. Nadie que conozca a Pep dirá de él que es una persona fácil de tratar o de mantener contenta, pero debe ser la obligación del presidente intentar, por todos los medios, que el mejor técnico posible para la entidad esté a gusto en el equipo de su vida. Y eso no se consigue dejando que el entrenador del rival acérrimo o el diario de turno arremetan sin piedad contra él sin que nadie salga a defenderlo, no se hace vendiendo a un central que era petición expresa de Guardiola argumentando que no hay dinero, tampoco se logra criticando el fichaje del delantero que quería el técnico (por muy ruinosa que fuera la operación) ni tratando de destruir el legado del anterior presidente (por mucho que Laporta se saliera de tiesto numerosas veces) y, ni mucho menos, anunciando su sustituto en un día que era para él y sólo para él. El comportamiento de Guardiola no fue ejemplar durante el último año, pero no carecía de motivos. Y eso sin contar que se mofaban de él tildándole de ‘profeta’ o incluso apodándolo Dalai Lama.

No es el asunto del técnico el único que carga Rosell a sus espaldas. Desde hace tiempo, pesan sobre Sandro asuntos turbios desde Brasil que aún no están resueltos, así como la sospecha de que no se ha desligado completamente de sus empresas. La cada vez más estrecha relación con Qatar también provocó más de una y de dos mandíbulas rotas al ver como se pasaba de publicitar a una fundación a una aerolínea, aunque estos son pecados cada vez más comunes en el fútbol moderno. La absoluta, total y vergonzosa falta de transparencia en el fichaje de Neymar es otra losa que arrastrará para siempre esta Junta, pagando por un jugador por cincuenta y siete millones cuando el equipo del que proviene sólo dice haber recibido diecisiete.

En lo deportivo, la junta que preside Sandro se ha limitado a mantener el piloto automático. Ello ha llevado a decisiones extravagantes, como la renovación de Puyol hasta 2016, independientemente de su maltrecho estado físico. Otras renovaciones, como la de Xavi y la que se prevé de Iniesta, son discutibles como mínimo. La falta de comunicación entre la secretaría técnica y el entrenador causó, además, que Thiago, la perla de la cantera, se fuese por sólo veinticinco millones por una cláusula ridícula en su contrato. También habría que mencionar no renovar a Abidal tras prometer que, si se recuperaba de su maldita enfermedad, estaría automáticamente renovado. Deportivamente, la renovación de Éric era dudosa (aunque en el Mónaco lo ha jugado todo, era imprevisible que pudiese volver a jugar en el fútbol de alto nivel), pero no puedes presumir de dirigir un club con una particular identidad y hablar de valores prometiendo acciones que luego no vas a cumplir. Si desde un primer momento se hubiese sido claro, el revuelo habría sido mucho menor. Lo mismo se puede decir de Pete Mickeal, del que Pascual dice que nunca pudo llegar a decidir.

Muchas críticas se han alzado últimamente contra la Junta culé tras dejar fuera a los niños sin entrada en el partido contra el Real Madrid (y los venideros). En esto, el club cumple a rajatabla la ley y busca la seguridad de los espectadores, si bien es muy improbable que en el 90% de partidos de Liga la integridad de los menores corra algún peligro. La decisión ha dolido en el seno de la afición debido a la arraigada tradición de llevar a los niños al fútbol y será necesario un tiempo para digerirlo. Sin embargo, es curioso que mientras se actúa en ese frente, se muestre una dejadez total con el tema de la reventa y Viagogo, un servicio de reventa de entradas del cual Rosell posee un porcentaje (del 1 o del 5%, según las fuentes) y que siempre cuenta con tickets para los partidos del Camp Nou, a pesar de que estén aparentemente agotados. También es llamativo que un presidente tan comprometido con la seguridad quisiera colocar en el Estadi una Grada Jove que tuvo que tirar atrás la policía al encontrar Boixos Nois entre esos chicos tan majos. ¿Es más seguro tener a Boixos que a unos cuantos niños de más?

Sobre Sandro y su junta se ciernen muchas dudas, demasiadas sombras que no se han dedicado a disipar y que sólo han tornado más oscuras cada vez que han hablado. Joan Laporta no fue, en ningún aspecto, el presidente ideal; no obstante, el actual se está empeñando en que el recuerdo que guarda de él el aficionado culé sea el de un dirigente casi perfecto, lejos de serlo. De momento, el equipo de fútbol, que al fin y al cabo es el que importa al 98% de los socios, aguanta el pulso con el tiempo y ello mantiene quita la silla del presidente. Sin embargo, Rosell y su equipo están haciendo entre poco y nada por alargar ese ciclo ganador del que cada vez se intuye más claro su fin. Será entonces cuando todo lo que se ha ocultado en la sombra saldrá a la luz. Mientras tanto, el grueso de los aficionados es feliz ignorando lo que hay debajo de las cloacas. Aún así, por mucho que dijera Guardiola, nada es eterno ni la inercia es infinita. Y eso no es nuevo.

Ya lo decía Newton.