Respeto al respetable

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Tras la derrota del Barça el pasado sábado ante el Valencia en el Estadi, un jugador azulgrana compareció en la zona mixta para protestar por la actitud de la hinchada durante el partido. “Debe haber una conexión positiva y el runrún en la grada no ayuda. A veces parece que jugamos fuera de casa» fueron las manifestaciones concretas de un futbolista cuyo nombre no importa, ya que de sus palabras emanaba la sensación de que ejercía de portavoz del vestuario.

La afición culé está acostumbrada en los últimos años a la fusión entre fútbol excepcional y títulos. Ahora, con jugadores como Messi, Cesc, Piqué, Pedro o Busquets en plenitud física, hay un importante sector de la afición que cree legítimo reclamar excelencia en el juego unida a la consecución de buenos resultados. No se ve razón para tener que renunciar a la forma ni al fondo.

Si damos marcha atrás en el tiempo, podemos constatar que la exigencia del “soci” se viene repitiendo desde que el campo de la calle Industria se quedó pequeño y hubo que construir Les Corts. Aquellos aficionados, que acudían al estadio con canotier y perfectamente trajeados, eran capaces de perder las formas e incluso de invadir el césped si las cosas no salían como ellos esperaban.

Así, uno de los primeros jugadores que tuvo que sufrir las iras del público fue Alfred Massana, futbolista catalán de la primera década de los años diez –el mejor mediocentro de su época– que era criticado por los aficionados azulgranas por la premiosidad que tenía con el balón en los pies. Lo que hoy llamamos pausa era visto en la época como “falta de combatividad” e invariablemente era la diana de las críticas tras cada derrota del equipo. Su sucesor en el puesto de mediocentro fue Agustí Sancho, jugador de calidad inmensa, preciso en los pases y hombre de gran jerarquía en el Barça de la Edad de Oro. Este futbolista tenía una irrefrenable tendencia a engordar, hasta el punto de que su estómago describía una curva propia del equipo de veteranos. A la afición le hacía gracia la barriga de su mediocentro hasta que llegaba una derrota, momento en que se convertía en blanco de las críticas del respetable.

Dando un salto en el tiempo, el Barça de las Cinc Copes también tuvo un jugador bajo la atenta mirada de la afición: Emilio Aldecoa. El vasco llegó al Barça procedente del Athletic tras haber jugado en el fútbol inglés. Se esperaba mucho de él por la fama que se había ganado, pero su rendimiento en Can Barça fue bastante decepcionante. Sintió la presión de los culés de Les Corts en primera persona y fue perdiendo protagonismo en el equipo hasta el punto de que el técnico, Daucik, terminó prescindiendo de sus servicios y fue traspasado al Sporting de Gijón.

Desde estos casos hasta nuestro tiempo, han sido muchos los jugadores y equipos escrutados y pitados por el respetable culé. Desde Martí Filosía o Rexach por su frialdad, a Carrasco por su individualismo o a Julio Salinas por sus torpezas puntuales. Tiempo después, actuales mitos como Guardiola o Xavi también vivieron en sus carnes la crítica de la afición. Esa conexión que tiene el fútbol con lo tribal hace que muy pocos se hayan librado de la quema durante toda su carrera, quizás solo aquellos que corren por un balón que saben imposible de alcanzar y terminan la jugada lanzándose al suelo con cara de velocidad para ganarse el aplauso fácil. Esto es algo transferible a todas las aficiones del mundo, algo que ha ocurrido en todos los terrenos de juego desde que el fútbol se separó del rugby.

Hoy en día, los señores con traje y sombrero han mutado en un conglomerado de aficionados, que van desde los abuelos que vieron jugar a Ramallets hasta los turistas japoneseses que vacían la Botiga antes de entrar al campo, pasando por los jóvenes que quieren ver a Samper en el primer equipo o por los que se pasan el partido en el bar con una pancarta pidiendo a Piqué que les regale su camiseta. En cualquier caso, los aficionados, sean del tipo que sean, son los que dan sentido al club. Los reproches, críticas o pitos del público tienen que ser aceptados con resignación por los jugadores siempre que no lleguen al insulto. Los jugadores pasarán, hasta Messi pasará, pero el aficionado seguirá acudiendo al estadio cada domingo esperando que su Barça gane.

Igual que Massana y Sancho acataron las críticas de la afición, la gloriosa generación actual, tan acostumbrada a la justa alabanza por unos años maravillosos, debe saber aceptar la crítica. Deben respetar al respetable.

Ángel Iturriaga es historiador y escritor. Autor, entre otras obras, del ‘Diccionario de jugadores del FC Barcelona’ y de ‘Paulino’, una biografía novelada de Paulino Alcántara.

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