Por el artículo 19

Juan Pablo Meneses no es agente de jugadores, pero sabe cómo funciona el negocio del fútbol desde que se disfrazó de representante y fue a fichar a un chaval de doce años para desentramar el oscuro mundo del fútbol infantil. Meneses es escritor y en «Niños futbolistas» nos da todas las claves de ese negocio que ahora ha salpicado al Barça, aunque por otras razones muy diferentes. ¿El artículo 19? (pag. 22)  ¿La protección del menor? ¿Sobreexplotación? Es una historia de miedos y de subsistencia que comienza así:

Leo Messi, Cristiano Ronaldo o Neymar forman parte de ese 0,1 por ciento de los niños futbolistas que han triunfado en el mundo del fútbol. Pero por el camino quedan muchos ángeles caídos, estrellas que soñaron con llegar y que desde los diez años disponen de representante. Por 200 dólares, un agente les promete abrir las puertas del edén europeo y de formar parte de ese cuento que es el negocio del fútbol, un laberinto que destripa Meneses.

«Entré en el mundo del fútbol y acabé con más preguntas que respuestas«. Ese es el resumen de Meneses, quien durante dos años ha viajado por toda Sudamérica en busca de la nueva estrella, en su caso de MILO, cuyos derechos compra a su abuelo por 100.000 pesos chilenos, después de un sonrojante regateo.

Para su sorpresa se encuentra con un nuevo deporte, el post-fútbol, una especialidad donde ya no es importante ganar, tampoco competir, simplemente aumentar la inversión realizada en cada operación.

Meneses no habla de las grandes cifras de los contratos de Neymar, Cristiano o de Messi. Sus números son otros y nada despreciables. Se basa en los 11.500 traspasos internacionales por 3.000 millones de dólares realizados en 2012, de operaciones en las que se han involucrado 5.000 clubes y 208 federaciones nacionales y de los 2.700 millones que se mueven anualmente en el fichaje de jugadores que no tenían contrato previo con ningún club.

Seguramente sin querer, Meneses elabora un manual de instrucciones para fichar a jóvenes jugadores, todos ellos con el mismo patrón –melena, aros, tatuajes y ademanes de futbolista–, el mismo objetivo –salir para triunfar de ese barrio de cualquier ciudad latinoamericana donde la droga corre más que las ratas– y el mismo destino: Europa.

En la fotografía aparecen abogados, representantes, entrenadores y las familias de los aspirantes a estrellas. Cumplir o intentar cumplir los sueños frustrados del padre de familia es una de las realidades con las que tropieza y coincide con una teoría de Gay Talese, quien hace mucho tiempo se empeñó en denunciar que «el deportista es a menudo un títere acolchado que existe para cumplir los sueños de los demás«.

Y esos títeres se llaman Kevin Méndez, un niño que falló un penalti y su padre le retiró la palabra durante una semana, o Aimar Centeno, ganador de un programa de la televisión argentina en el que participaron 12.000 candidatos y cuyo premio era un viaje a Madrid para probar por el Real Madrid.

A Centeno le dieron un cheque, un auto y le pagaron un viaje. Se lesionó en el primer entrenamiento. Ahora, con 27 años, trabaja vendiendo gaseosas a las puertas de los estadios.

En un estadio superior se encuentran Iván Ruiz Pecino, ganador del programa Football Cracks en 2010 y que realizó una prueba con el Benfica, Diego Israel Martínez Monroy (2011, Castilla) o Lily Lawson, una niña de 8 años fichada para jugar con el equipo infantil masculino del Blackburn Rovers tras marcar 70 goles en 14 partidos.

«El fútbol acaba siendo una caricatura de la vida. Una derrota es a veces peor que perder una pierna y una victoria la gozamos más que haber tenido un hijo. Estamos en un mundo de hiperconsumo, donde toda la gente se siente esclava de alguna manera y en el fútbol se ve más acentuado. Todo tiene que ser más rápido, para más jóvenes y tiene que ser para ya«, nos cuenta Meneses.

Desde el punto de vista nietzscheano descubierto por Vázquez Montalbán –»Hay pueblos que nacen para crear futbolistas y otros para comprarlos«– o desde una vertiente más borgiana –»El fútbol es popular porque la estupidez es popular«–, Meneses elabora un particular ránking sobre el mercado futbolístico: «Un jugador brasileño vale más que el resto y lo que más se vende en el extranjero son argentinos. Los uruguayos son un producto al alza porque se adaptan a todas las condiciones y muchos tienen pasaporte europeo, lo cual les hace avanzar varias casillas en el tablero. Los futbolistas mexicanos están hechos de otra pasta, porque ven las balas de cerca y eso tal vez ayuda a formarles el carácter para jugar mejor en cancha«.

En Latinoamérica, los niños pobres solo tienen dos maneras de hacerse millonarios rápido: entregándose al mundo del narco o convirtiéndose en una estrella del fútbol. Meneses desconoce qué será de MILO, ese niño futbolista que ha comprado, que apenas ve a su madre, no conoce a su padre y vive con su abuelo. Él podría ser el próximo protagonista de la fábula del chico futbolista, «esa en la que triunfan, acaban jugando lejos y salen del barrio pobre«.

 A TANTO LA PIEZA

Un menor de 12 años que juegue en un club amateur de América Latina tiene un precio inicial promedio inferior a 200 dólares. Si el niño está inscrito en un equipo federado, esa cifra inicial puede superar los 700 dólares e incluso pasar de 1.000. A partir de los 13 y 14 años, los precios se disparan hasta 5 o 6 veces esa suma. Como se trata de un negocio muy arriesgado, lo más probable es que el niño nunca llegue a debutar en Primera División y que todo lo ingresado se convierta en gastos: los de la dieta especial de cereales e hidratos de carbono, los requerimientos familiares de transporte y manutención y los seguros. Un niño de 12 años que verdaderamente destaque puede ser vendido a un club europeo por un mínimo de 5.000 dólares (..) Un niño de 10 años que ya sobresalga en su equipo probablemente cierre contrato con un representante antes de los 11 (..) Los clubes grandes están más dispuestos a comprar niños que no deban pagar derechos de formación a sus clubes de procedencia.

 La foto es de Hugo Mc Cafferty