En vísperas de la 2ª jornada de Champions League, Lio Messi ha sufrido su 4ª lesión en lo que llevamos de año y dicho sea de paso, de postguardiolismo.
Entre las muchas cosas loables de Guardiola está su profundo conocimiento de los cimientos del club, su cultura, sus hasta no hace mucho efímeras grandezas y por supuesto, sus miserias.
El éxito de su etapa como entrenador barcelonista, la mayor que ha vivido el club, radicó en esa base doctrinal por la cual pasó de monaguillo a Papa, por más que ahora sea un arcángel en el exilio.
Habiendo recibido el bautismo en las debilidades del club, cuando llegó a obispo promulgó los sacramentos de la cultura del esfuerzo, la autoexigencia, el rigor obsesivo y la perseverancia, mediante los cuales sería posible revertir el sino de un club abocado a toda suerte de percances y quizá por ello, abandonado a una vida acomodaticia.
Ya fuera en forma de arbitrajes nefastos, secuestros, hepatitis, arbitrajes nefastos, lesiones interminables, arbitrajes nefastos, postes cuadrados, arbitrajes nefastos, enanos que crecen, transfuguismo, etc., se imponía implantar un nuevo testamento que acabara con el rosario de plagas bíblicas (o coartadas si se prefiere) que jalonaban la historia de un Barça alejado de su tierra prometida y que esperaba la llegada de su Messi.
Hoy, año 2 (d.d.P), a las puertas de una moción de censura que escenifique la fractura social culé y con la nueva coartada del máximo rival nuevamente sometido a la más absoluta indefinición por obra y gracia del Ser Superior, lo que verdaderamente debiera preocupar al ferviente culé es si la vida monacal de Messi se ha apartado de esos preceptos y ahora comulga con ostias fritas y Coca-Cola.
Lejos de nosotros pues, los discursos fariseos que anuncian otros credos. Renegad de los falsos profetas que os harán pasaros de frenada y caer en la lujuria, el frenesí y la vida pecaminosa.
Sea como fuere, por sus lesiones los conoceréis, así que no podéis ir en paz.