Memoria

Jugábamos en Gandesa. Con una pelota de trapo, solo con los pantalones puestos, con mucho calor. Y había chavales muy buenos, que hablaban de jugar en el Barça, en el Espanyol, el Nàstic o el Lleida cuando acabase la guerra. Muchos se quedaron allí, bajo las bombas, mientras nos escondíamos llorando de los aviones.

Pocas veces hablé con mi tío de la Guerra Civil. Mi padre, más joven, la sufrió en Barcelona pero él, en realidad tío de mi madre, tuvo que vivirla en primera línea. Tenía 20 años cuando comenzó la guerra y 22 cuando lo llevaron desde Valencia hacia el Ebro, donde se encontró cara a cara con esos críos de la ‘Quinta del Biberón’.

No sabían coger una escopeta, no sabían arrastrar un cañón. Hablaban de ‘la mama’ mientras escuchábamos como gritaban desde el otro lado del río que nos iban a matar a nosotros y a todas nuestras familias cuando nos derrotasen”. Y les derrotaron y masacraron mientras esas pelotas de trapo quedaban olvidadas en campamentos también olvidados donde ya no estaban, ni iban a volver, chavales igualmente olvidados.

Él, el ‘tiet milio’, volvió como no hicieron muchos otros, reclutados en nombre de una libertad que ya era una quimera en 1938 y que sirvieron como conejillos de indias frente a un ejército que en aquel verano bombardeó desde Tarragona y hasta Barcelona, Reus, Cambrils, Altafulla, El Perelló y también Tortosa.

Mientras los unos lloraron en silencio la pérdida de sus hijos, hermanos, padres o amigos, los otros homenajearon a los suyos con monumentos erigidos en nombre de Dios y la libertad, su libertad, a la vez que quienes sobrevivieron en el otro bando eran enviados a campos de concentración.

Mi tío, uno más, purgó en Barcarès. Otros estuvieron en Rivesaltes, Gurs, Vernet d’Ariège, Saint-Cyprien, Argelès-sur-Mer o Septfonds. Tuvo ‘suerte’, a diferencia de miles de jóvenes que se dejaron la vida en el Ebro, y como tantos otros pagó un peaje cruel que le llevó después a Galicia. Su guerra civil, su pesadilla, no acabó en 1939, ni en 1940, 1941, 1942 ni 1943. Por eso, supongo, hablaba poco de la guerra, al contrario que los ganadores. Y por eso no volvió a Gandesa ni volvió a pisar nunca Tortosa.

El, el ‘tiet milio’ que había llegado a jugar en el Sants, me habló de aquellos «críos«, de aquellos «amigos» que conoció gracias a una pelota de trapo jugando a fútbol mientras sin saberlo esperaban la muerte. Por eso él no entendería, como muchos no entendemos, que se mantenga en pie un monumento franquista en pleno río Ebro. Y menos aún que hablen de hermanamientos con el alma de esos olvidados de 1938 en la memoria.

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