La puta basura de Dani Alves

Dani Alves ha vuelto a hacerlo. Desde que llegó a Barcelona, el brasileño ha demostrado no tener pelos en la lengua y no le importa disparar con bala a quien él entiende que le falta al respeto o, lo que es peor, falta a la verdad. Sus formas no siempre –más bien nunca– son las adecuadas y en ocasiones tampoco lo es el fondo, pero no se pueden negar dos cosas: la primera, que dice lo que piensa; la segunda, que en ocasiones da en el clavo por mucho que a los destinatarios de sus puyas les (nos) duela.

Y esos destinatarios son (somos) con mucha frecuencia los periodistas. Acusar a todo un gremio de mala praxis es injusto, sin duda. Cualquier generalización trae consigo una injusticia que puede derribar el más sólido de los argumentos, pero tal vez convendría que quienes nos dedicamos a esto de contar cosas dejáramos por un momento de mirarnos el ombligo y levantáramos la cabeza para hacer eso que tan poco nos gusta y que se llama autocrítica.

La gran mayoría de la profesión periodística está integrada por hombres y mujeres que trabajan duro y no siempre lo tienen fácil. La bunkerización de los grandes clubes de fútbol de este país se ha convertido en un obstáculo para quienes tienen como objetivo acercar al público la realidad de los deportistas, gente muchas veces que trabaja en unas condiciones precarias que debe ingeniárselas para levantar una historia que llevar a la efímera vida de un periódico, unos minutos de radio o una web que, la mayoría de las veces, se olvida a las pocas horas.

Personalmente, dudo que las palabras de Dani Alves se dirigieran hacia ese periodista de calle que apenas puede ver unos minutos de los entrenamientos, a quien lograr una entrevista le cuesta Dios y ayuda (cuando la consigue) y que ha hecho más de dos y de tres guardias en un aeropuerto esperando la llegada del crack de turno de su cita con la selección. Y lo dudo porque seguramente, desde su privilegiada posición de deportista famoso, ignorará cómo trabajan esos periodistas.

Alves, como muchos de los consumidores de información deportiva, se fija en aquellos que hacen más ruido, en los que dijeron sin rubor que había firmado con el PSG o en quienes, como hoy en una radio deportiva, afirman que el Barça renovó su contrato “por pena”. El brasileño dispara a quienes hacen más ruido, a los que se atreven sin el más mínimo pudor a llamar periodismo a un show barriobajero lleno de verduleras histéricas que se embolsan unos cientos de euros por vociferar en un programa casposo, sin más mérito que enlaza una sandez tras otra como si hubieran olvidado el significado de la palabra vergüenza. O peor aún, demostrando que seguramente nunca la tuvieron.

Dani Alves atiza a algunos de los tertulianos que pueblan las radios y televisiones del país y que, en algún caso y para escarnio de la plebe, llevan tanto tiempo cobrando de los medios públicos de comunicación como gorreando a algunos de los más famosos asadores y restaurantes de Madrid.

El periodismo no es “una puta basura” como ha dicho Dani Alves, pero no estaría de más que fuéramos capaces de reconocer que hay una parte –tan pequeña como ruidosa y falta de escrúpulos– que trabaja sin esfuerzo para convertir este pasional circo del fútbol en mierda porque han visto que existe gente a la que le gusta inyectarse mierda en la vena cada noche.

Las palabras de Dani Alves duelen, pero no por ofensivas, sino porque quienes amamos el periodismo sabemos que hay algo de cierto en lo que dice. Ignoro si aún estamos a tiempo de arreglarlo, pero algo no marcha bien cuando el buen periodismo de firma se reduce a “honrosas excepciones” mientras que esos chiringuitos que hieden a trucha podrida y que han traído el belenestebanismo al periodismo deportivo mueven el cotarro.

El periodismo no es una puta basura, pero mientras los órganos que velan por el gremio se dediquen a amenazar con querellas a quien habla en lugar de reflexionar sobre el porqué de sus palabras, corremos el riesgo de que Alves se acabe convirtiendo en Nostradamus.

dani alves