Hasta la vergonzosa derrota en Valladolid, la plantilla del Barça había disfrutado de un crédito que parecía eterno, fruto de los años gloriosos repletos de títulos que este conjunto de jugadores ha aportado a la historia del club. Siempre había una excusa para justificar la apatía de Valdés en la portería, la falta de precisión en los centros de Alves, el lamentable estado de forma de Piqué, la desconcentración de Mascherano, las eternas lesiones de Puyol, la eternidad entre Alba y Abidal, la sombra de Busquets, el funcionariado y dictadura de Xavi, la indolencia de Iniesta, la eterna espera al Cesc del Arsenal, los tres años de decadencia de Pedro, las carreras sin sentido de Alexis, los millonarios errores de Neymar y hasta el trote cochinero por el centro del campo de Messi.
Pero el de ayer puede ser el punto de inflexión de la afición hacia esta plantilla. Y no por perder sino, de nuevo, por la triste forma de hacerlo. Un equipo que se jugaba la Liga volvió a demostrar una actitud lamentable en un conjunto en teoría profesional, en el mismo grupo de jugadores que cuando los focos son de Champions no duda en mostrar una actitud diferente, y ya no digamos cuando éstos son de selección, con un Mundial a la vuelta de la esquina, momento en que la actitud indolente se convierte en compromiso.
Sin embargo, estos jugadores no son los únicos culpables de su propia actitud. La junta directiva -tanto la dirigida por el presidente electo como por el presidente golpista– que es la que ha permitido en estos últimos dos años llegar a la situación actual, tal como les explicamos hace unos días en El principio del fin. Una junta que ha facilitado que las vacas sagradas (Piqué, Xavi, Puyol, Cesc y Messi) tengan el control absoluto del vestuario y decidan a quién se ficha y a quién no (sean jugadores o entrenadores), cómo se entrena y, sobre todo, cómo no se entrena.
Y las consecuencias son estas. Un entrenador atado de pies y manos -antes Roura, ahora Martino– y sin poder alguno para tomar decisiones, a lo que ha colaborado de forma inestimable Zubizarreta, quien ha permitido que sus opciones para desafiar a esta plantilla sean, como hoy, Sergi Roberto o Tello. Mientras tanto, Villa golea en el Atlético de Madrid, el retirado Abidal lo juega casi todo en Mónaco, Thiago triunfa en el Bayern y el único fichaje realizado lo hayan hundido por sus continuas mentiras en su fichaje.
Sólo la prensa afín al régimen desviará la atención principalmente hacia el Tata, quien aun no habiendo sido capaz de aportar nada nuevo al equipo -lo que no le convierte también en responsable- no es el principal culpable. Es víctima de la mala gestión de estos años que ha desembocado en la pérdida de crédito de esta plantilla que vimos en Valladolid.
Mientras esta junta directiva siga dirigiendo al club, seguiremos en manos de esta plantilla que tanto nos dio, pero que ahora nos está empezando a quitar. Quizás sería hora de recordar lo primero y atajar lo segundo, pero para eso hace falta una nueva directiva que sólo puede llegar por dos vías: un resultado negativo en el innecesario -por el momento- referéndum por el nuevo Camp Nou, o bien por el gol de un nuevo Zalayeta.
Yo espero que sea lo primero, que lo segundo no llegue nunca y que ganemos todos los títulos que quedan, pero que ni así olvidemos lo que está ocurriendo durante toda esta temporada. Por desgracia, en este club lo uno (la continuidad de la junta) va relacionado con lo otro (que la pelota entre).
Foto: fcbarcelona.com