Klopp, un tentador sinsentido

Jurgen-Klopp

A grandes males, grandes remedios. Ese es el sentir de una buena parte de la afición culé, que ve como los castillos en el aire que había erigido un equipo con más resultados que juego se han evaporado en cuestión de días. Sólo queda el cartucho de la Copa del Rey, título que vale mucho acompañado de otros, pero que se antoja demasiado corto en ausencia de Liga o Champions League. Eliminados en la última y dimitidos en la primera, el signo de la final del miércoles no salvará una temporada que nunca debió producirse, consecuencia de pedirle un bis a un grupo que desafinaba al rememorar sus grandes éxitos.

Martino, que por allí pasaba en julio y cuya influencia en el equipo aún no ha podido ser esclarecida en abril, será la primera víctima, acusado de mantener el status quo que la directiva fomentó a pesar del rapapolvo recibido en las semifinales de la Champions. Si Neymar no era suficiente, tampoco ayudaron las bajas de Abidal a una línea defensiva de microcuento ni dejar escapar a Thiago cuando este representaba presente y futuro de la medular. El Tata nació sentenciado, pero como Meursault en la novela El extranjero de Albert Camus, no hizo nada para remediarlo, se dejó llevar por los raíles de un destino que sólo auguraba una fatalidad inminente.

La marcha del técnico argentino dejará un vacío difícil de suplir en el banquillo. No por sus aportaciones futbolísticas, sino porque deja en la encrucijada a una directiva que se ha empeñado en tomar la dirección equivocada en todas las ocasiones que se ha hallado en el mismo lugar. Una parte importante de la afición, más ilusionada por los nombres de mañana que por los resultados de hoy, ve en el entrenador alemán del Borussia de Dortmund, Jurgen Klopp, la respuesta a todos los males que azotan al equipo, aunque la raíz de estos vayan mucho más allá del césped. Es una reacción tan lógica como simple: si el estilo poco intervencionista del técnico anterior no ha funcionado, démosle las riendas a alguien que se halla en el polo opuesto. Apliquen la misma fórmula para la política.

Es imposible no trasladarse de nuevo a 2008 ante los acontecimientos que vive el club azulgrana. Rijkaard, incapaz de rehacerse con el control de un equipo viciado, abandonaba el equipo a final de temporada y la directiva se dividía entre Mourinho y Guardiola. El primero representaba una ruptura total del pasado y el presente, así como una promesa de títulos que nunca han faltado en el palmares del portugués y un vestuario entregado a su causa, en el que no había lugar para gimnasios ni falta de intensidad. Guardiola, en cambio, constituía la continuidad de un modelo puesto en entredicho, hecho que iba de la mano con su virginidad como entrenador en alta competición. El apabullante éxito de Pep confirmó los cimientos de una entidad que selló, a base de plata, unos principios que entonces parecían irrevocables.

La situación actual tiene, sin embargo, algunas diferencias notables con la anteriormente descrita. La más importante: no está Guardiola. Otra que le sigue de cerca es que el nuevo técnico no va a contar con el apoyo firme de Laporta y Cruyff, sino con una junta temerosa que sonríe mientras mantiene el dedo en el botón, una directiva ansiosa de resultados. Eusebio no es una opción realista ni para dirigir el segundo equipo y no hay ningún entrenador del fútbol base con el ascendente de Guardiola. Tampoco se encuentra Mourinho al otro lado, un técnico que contaba con total disposición para hacerse cargo del equipo y cuyo exhaustivo dossier sobre el futuro del Barça abrumó a la entonces junta de Laporta.

Jurgen Klopp es un magnífico entrenador. Ha construido un equipo fantástico en el que todos saben qué deben hacer en cada momento y lugar. Eclipsados en la Bundesliga por un tiránico Bayern de Munich, que cuenta con infinidad de recursos deportivos y económicos, ha sido la Champions League la competición que ha visto los mejores días de los de Klopp. Solidaridad, esfuerzo, intensidad, vértigo y una táctica defensiva férrea en la que naufragan los más fastuosos ataques del continente. El técnico del Borussia es un Mourinho al uso, solo que donde uno refunfuña, el otro sonríe. Un entrenador de primer nivel a cargo de un equipo un paso o dos por detrás de los mejores conjuntos europeos, pero que puede competir (y ganar) a todo el que ose ponerse por delante.

Es extremadamente complicado encontrar un preparador mejor que Klopp. Ahí está su principal aval y el motivo por el cual su nombre ilusiona a una buena parte de aficionados. No obstante, ello no lo habilita para dirigir cualquier equipo. Igual que Guardiola no podría sacar el rendimiento que consigue Simeone con su Atlético de Madrid, Klopp no puede reproducir su Borussia en Barcelona. Y, si el objetivo fuese una versión en alta definición del Dortmund, el Barça estaría lanzando por el retrete años y años de trabajo en el fútbol base, donde desde benjamines hasta juveniles juegan a un mismo fútbol. Sería un mensaje demoledor, un misil nuclear a la línea de flotación, un adiós al futuro a medio y largo plazo para embarcarse en un proyecto sin garantías de enraizar en un entorno tan complicado como el culé.

Razones deportivas al margen, tampoco nada hace pensar que Klopp esté interesado en coger las maletas hacia la Ciudad Condal. Renovado hace pocos meses hasta 2018 en un contrato sin cláusula de rescisión, dijo entonces que los equipos interesados deberían olvidarse de llamar. Tampoco las arengas de Jurgen, poco ducho en los idiomas, encontrarían receptores en un vestuario en el que ninguno de sus integrantes habla una palabra de alemán. Además, no hay que obviar que, al parecer, las aspiraciones deportivas del técnico pasan por relevar a Joachim Löw en la Mannschaft.

Por seductor que parezca entregarse a los brazos de un fabuloso entrenador como lo es Jurgen Klopp, el Barça no puede arriesgar el trabajo de décadas con un precedente tan exitoso como lo fue 2008, que confirmó la validez del modelo. Firmeza en sus principios y valentía con los chavales –cuyo juvenil se proclamó ayer mismo campeón de Europa– deben marcar la nueva época. En el mejor momento de la historia del fútbol base, la respuesta no puede ni debe buscarse en otro lado.