Llegó como tabla de salvación para un Josep Lluís Núñez que llevaba ya diez años en el cargo, un tiempo en el que el Barça sólo había logrado un título de Liga. Aún reciente el dolor por la derrota de aquel 7 de mayo de 1986 en Sevilla, el mandamás azulgrana no sólo veía cómo el Madrid ganaba ligas, sino que también veía a su rival ciudadano muy cerca de un título europeo que después perdería de forma incomprensible.
Así que el 4 de mayo de 1988, Núñez anunciaba el fichaje de Johan Cruyff como entrenador del Barça. De este modo lograba robar las portadas de los diarios deportivos al tremendo 3-0 que el Espanyol de Clemente endosó esa misma noche al Bayer Leverkusen en el partido de ida de la final de la Copa de la UEFA. Pero, sobre todo, intentaba acallar con la mayor potencia posible el ruido producido apenas una semana antes en el Motín del Hesperia, cuando la práctica totalidad del primer equipo exigía la dimisión del presidente, apoyada por el técnico Luís Aragonés. Y en términos de potencia, nada como Johan Cruyff.
Desde el primer día, Cruyff demostró que su carácter seguía siendo el mismo: fuerte, raro y con el punto de egoísmo que suele definir a los genios. «Quien no esté a gusto ya se puede ir«, cuentan que dijo en la primera reunión con sus futbolistas. Los que se quedaban no sabían aún qué les esperaba en las siguientes temporadas.
Los inicios de Cruyff no fueron fáciles. Implantar un estilo diferente -aunque luego hiciera fortuna- no resultaba sencillo, y menos en un club con una urgencia eterna por ganar títulos. Una Copa del Rey frente al Real Madrid y la Recopa de la anterior temporada permitieron a los aficionados culés visitar eufóricos Canaletes y la plaza de Sant Jaume, pero lo que estaba haciendo el holandés era consolidar las bases de su verdadera obra maestra: el Dream Team.
Cuenta Pep Guardiola que su forma de jugar al fútbol bebe de varias fuentes. Cruyff es la más evidente, pero también confiesa que Capello o Mazzone -su entrenador en Brescia- e incluso Lillo han ayudado a perfeccionar su estilo. Cruyff bebió básicamente de una fuente: el fútbol total que tuvo en Rinus Michels y en el Ajax que el propio Johan capitaneó a principios de los años 70.
El Cruyff entrenador barcelonista fue innovador cuando no era habitual serlo, y en una época donde en el fútbol español estaban de moda los entrenadores aficionados a las alineaciones de cinco defensas y al balonazo arriba como vía más rápida para llegar al área contraria.
Frente a esto, Cruyff apostó por juego de toque rápido y control de posesión con protagonismo para el centro del campo («Si tú tienes el balón, el rival no te puede hacer gol«), por una defensa de cuatro que podía convertirse en tres («si el otro equipo sólo tiene un delantero, ¿para qué quieres cuatro defensas?«), por el uso intensivo de las bandas como vía para crear huecos en las defensas rivales o por prescindir del delantero centro clásico en favor de la llegada de hombres de segunda línea.
Reducir el concepto de juego de Cruyff y su Dream Team a frases y conceptos sueltos como los anteriores es de un reduccionismo absurdo. Quizás lo mejor es revisionar algunos de los partidos de aquel equipo, el modo en que apabullaba a sus rivales y la manera en que goleaba a quien osaba marcarle algún gol. Recuerdo oír y leer muchas veces aquello de «el Barça es un equipo vulnerable» por el modo en que su permanente vocación ofensiva hacía que encajara goles. Ante eso, Johan anteponía la aplastante lógica de muchas de sus ininteligibles frases, hasta el punto que la afición hizo suya la máxima «prefiero ganar 4-3 que 1-0».
Cuenta el periodista Edwin Winkels en su libro «Escuchando a Cruyff» (Cossetània Edicions) que el Flaco afirmaba que «mi ventaja es que me llamo Johan Cruyff. A otro entrenador le echarían a las tres semanas; a mí tardarían al menos seis meses«.
Afortunadamente, no fueron tres semanas ni seis meses. Cruyff permaneció ocho años en el banquillo azulgrana, en los que ganó cuatro ligas y trajo por fin la Copa de Europa a las vitrinas del museo del club. Y pese a los últimos dos años en los que pareció perder el norte -y la dosis de suerte que le acompañó siempre- a causa de sus disputas con Núñez, dejó dos legados cuya importancia ignoramos hasta hace bien poco.
Cambió la hegemonía del fútbol español (desde su llegada hasta hoy, el Barça ha ganado más títulos que el Real Madrid) y sembró -con permiso de otros como Laureano Ruiz– el germen de una esencia futbolística que fue regada por Van Gaal (a su manera) y Rijkaard antes que Pep Guardiola la llevara a su máxima expresión.
Un modelo admirado en todo el mundo desde hace 25 años, cuando Henrik Johannes Cruijff -un holandés delgado, alto, temperamental e incapaz de hablar bien idioma alguno- cambió la historia del club.
¿Para siempre?