Llevas jugados 949 partidos como profesional. Desde 1997. Tienes el récord de participaciones consecutivas en Grand Slams, por encima de un tal Federer. Pero tienes 39 años y desde hace ya bastante tiempo te preguntan por aquello de la retirada. Encima tienes a tu primer hijo antes de este Open de Australia. Pero, aunque la pista marca dos sets en tu contra, te revuelves. Sacas a relucir tu talento y tu experiencia. Le das la vuelta al partido y te echas a llorar cuando el último tanto cae de tu lado. Sin ruido, Feliciano López ya está entre los 32 mejores del torneo australiano. Algo que no pueden decir Monfils, Wawrinka o Goffin. El valor de su cosecha es enorme. Y encima la ha logrado sin aspavientos. Sin ningún numerito. Sin líos en la pista, contra el juez de silla o en la rueda de prensa.
Otro de los jugadores que ya no sigue vivo en el torneo es precisamente el anfitrión Nick Kyrgios. Ese jugador que arrastra más encontronazos, insultos y raquetas destrozadas que torneos ganados en toda su intensa pero corta vida profesional. Muchos le reconocen un talento y una calidad con la que, es cierto, ha logrado derrotar en alguna ocasión a Djokovic o Nadal. Pero nadie ha logrado hasta ahora atemperar su carácter. Domar a esa fiera castigada por las autoridades pero también por una buena parte de los aficionados. Porque la gente alaba el esfuerzo, las bolas que besan las líneas y las buenas palabras al final del partido. Saber perder. Y saber ganar. O hacerlo sin ruido. Como Feliciano.