Marc Bartra se ha acostumbrado a ver los partidos del Barça desde la distancia. En el banquillo, en la grada o, como hoy, desde el sofá de su casa. La situación del central catalán resulta curiosa, especialmente cuando juega en una de las posiciones que, Piqué y Mascherano aparte, no tienen dueño aparente.
La situación de Bartra ha sido siempre extraña. Cuando formaba tándem con Andreu Fontàs en el Barça B, quienes veían con asiduidad al filial decían que el mejor de los dos centrales era Marc. Y pese a todo, Guardiola dio más oportunidades al hoy celtista que a un Bartra a quien se le está poniendo cara de comenzar a preparar las maletas.
Dejando de lado los dos partidos completos que disputó ante Levante y Las Palmas en septiembre tras la lesión de Vermaelen en el Calderón, las apariciones de Bartra en el once de Luis Enrique han sido poco menos que testimoniales. Apenas 350 minutos repartidos en nueve encuentros que no le han permitido liberarse ni mostrar las capacidades que demostró en las categorías inferiores.
El rendimiento de Bartra en el primer equipo del Barça ha sido irregular, seguramente porque siempre careció de la continuidad necesaria para un especialista, pero lo cierto es que ni en los tiempos de Gerardo Martino, cuando jugó con más asiduidad, terminó por hacerse con un sitio en el equipo. El imaginario colectivo culé relacionará para siempre la figura de Marc Bartra con aquella falta de contundencia ante Bale en la final de la Copa de 2014, en Mestalla, algo que segura e injustamente se valorará más que lo que es capaz de aportar al equipo.
Para el técnico asturiano, según muestran las estadísticas, Marc Bartra es el último de la fila, un recurso del que echa mano en ocasiones contadas. Incluso ahora que muchos equipos deciden presionar la salida del balón de los centrales como vía para intentar detener el juego del equipo, Luis Enrique prefiere a Vermaelen –no mucho más contundente que el catalán– o a Mathieu, que es un buen defensa corrector pero también un desastre con la pelota en los pies. Una situación que contrasta con la confianza que, seguramente por falta de opciones, sigue depositando en él Vicente del Bosque.
A sus veinticinco años y con contrato hasta 2017, Bartra sabe que necesita jugar. Probablemente esta noche, cuando vea otra vez el partido de sus compañeros desde el sofá de su casa, termine de asimilar que su camino está fuera del Camp Nou. Y tal vez en otra ciudad, en otro equipo y en otro estadio sea capaz por fin de liberar ese fútbol que lleva dentro y que, por una u otra razón, sigue reprimido. Quién sabe si así podremos dar por resuelto el dilema Bartra.