Hace un año por estas fechas, Florentino Pérez desembolsaba alrededor de 40 millones de euros por Asier Illarramendi, un buen proyecto de centrocampista formado en la cantera de la Real Sociedad y que había cuajado una temporada más que decente en el cuadro txuriurdin. Con ese morro que le echan al asunto las diferentes prensas afines a esta o a otras bufandas, lo extraño (por abultado) del montante económico de la operación quedó con rapidez tapado bajo la promesa de llegar para ser «el nuevo Xabi Alonso«. Si bien hasta el momento Illarra no ha podido cumplir con las esperanzas depositadas en su calidad (unas veces por escasez de minutos y otras por falta de aprovechamiento de ellos), la verdadera rémora que pesa sobre el jugador son los 40 millones —de los cuales la Real Sociedad se embolsó algo más de 32, siendo el resto IVA.
Hasta aquí, nada diferencia esta operación de otras que acabaron por convertirse en una chufa. El fútbol español tiene, por desgracia, ejemplos de sobra (de Woodgate a Chygrynskiy). Sin embargo, la cosa adquiere un matiz completamente distinto cuando uno añade a la poción mágica ingredientes como la próxima remodelación del estadio de Anoeta.
El presidente realista Jokin Aperribay presentó al ayuntamiento de San Sebastián un proyecto de remodelación que en un principio, aunque posteriormente frenadas por el Tribunal Superior de Justicia vasco, incluía incluso unas torres de uso comercial en sus esquinas a la imagen y semejanza de las presentes en el Santiago Bernabeu. Estimaron los jueces que, en los términos en los que se pretendía acometer la reforma, el proyecto, casualmente de unos 40 millones de euros, representaba «un ejemplo palpable de urbanismo a la carta«. El Ayuntamiento y el club de fútbol reformaron la propuesta para que se ajustara al marco legal requerido y las torres, que iban a ser destinadas a «un centro de información de deportes minoritarios o a un hotel«, desaparecieron de la ecuación.
Uno, que es muy mal pensado a fuerza de ver cómo en este país los pelotazos urbanísticos van y vienen, hace tiempo que escucha a las malas lenguas decir que ACS, la empresa constructora gestionada por Florentino Pérez, estará detrás de las obras del estadio donostiarra. De confirmarse este extremo, habría que ver cómo se las ingenia el presidente del Real Madrid para explicar que 40 de los millones de euros de los socios del club blanco han acabado en unos meses en los bolsillos de su presidente. Y es que a veces no hace falta un título del ESADE para sacar matrícula de honor en «Ingeniería negocial».
Mientras tanto, Asier Illarramendi no entiende nada. El verano pasado se convirtió en el jugador español más caro de toda la historia del Real Madrid. Ancellotti lo ha relegado al banquillo, su juventud le jugó malas pasadas en los pocos partidos disputados y el club se ha gastado otros 25 kilos en Kroos, campeón del mundo en Brasil. Y Alonso, que no acaba de jubilarse. Y Modric, en estado de gracia. E Isco. Y ahora James. Demasiados centrocampistas. La sombra de la grada planea sobre su cabeza y no entiende para qué le han traído a Madrid… a menos que las obras de Anoeta tengan la respuesta.