Harto de excusas y teorías sobre el supuesto apocalipsis del periodismo, intento la introspección después de otra jornada de lecturas descorazonadoras. Mientras los diarios de papel prosiguen su descenso de ventas se acusa a Internet como el homicida de lectores. La teoría es tan efectiva y útil como cuando se señaló a la televisión como la asesina de la radio. Claro que casi ningún experto que mantiene esta tendencia suele mirarse en el espejo para observar si existe algún síntoma salvo el del regodeo en uno mismo. Es mejor señalar al de fuera que mirarse el ombligo.
Personalmente, conozco mejor mi sector (el deportivo) y tengo que reconocer que cada día ojeo en menos tiempo y con menor atención toda clase de medios. ¿El motivo? ¿Sólo uno?
No hay noticias –periodismo puro– sino opiniones de no expertos que cualquier hijo de vecino podría mantener o publirreportajes que se pagarán en especies o favores. Los medios se empeñan en reducir las diferencias entre ellos para no salirse del papel. Como en la película de Amenábar, somos incapaces de distinguir a los otros. ¿Por qué aflojar unas monedas por lo mismo que escribe cualquier aficionado? ¿Por qué sintonizar una cadena en la que escuchar lo mismo que las ‘competidoras’? Nadie dispone de tiempo y ahorros ilimitados.
Además, las erratas, barbaridades, descuidos, agresiones a la cultura y al sentido común hacen cola a la vista de todos. ¿Pagar un producto mal acabado o de mala calidad? ¿Por qué hacer por un periódico o programa lo que no haríamos con una barra de pan, una tubería o la silla para nuestro salón? No es la cultura del ‘todo gratis‘ de Internet, sino la del cliente que no desembolsará su dinero por un producto deficiente.
La chabacanería y la vulgaridad son las últimas novedades del periodismo patrio. Reunirse en un plató como en cualquier bar de borrachos que gritan y se afanan por alargar la noche porque no quieren volver a casa es más barato y sencillo que conseguir protagonistas o encontrar información. Ser cronista es más atractivo y agradecido que ser periodista. Además, la discusión por lo importante se paga con el exilio. El debate sobre uno mismo (el periodismo) se destierra o denigra como ‘fuego amigo‘. El deseo de mejora ni siquiera se contempla. O devuelven favores a clubes y jugadores por una vajilla oficial que aumentará las ventas o por un soplo de información filtrada para vender en el escaparate con grandes letras. A cambio, se paga en halagos y conchabeos que ofrecen entrevistas entre colegas y para colegas y se acercan al deportista en términos de amiguismo que anularan cualquier crítica hasta el extremo de edulcorar malos momentos y estrechar relaciones, hasta el punto de que el negocio con los deportistas ha terminado en algunos casos con periodistas como representantes de los atletas con el correspondiente resultado en su faceta de informadores. Algunos pagan con entrevistas ‘amables‘, otros son contratados por sus servicios y algunos incluso ofrecen repugnantes lavados de cara con familiares con problemas físicos o marginados por la sociedad para ofrecer al público una cara prefabricada que ni se escudriña ni se discute.
“Lo que me cuentan como amigo yo no lo puedo contar”, defienden algunos para exhibir sus conocimientos de las ‘cocinas‘ cuando otros las sacan la luz. Cualquier buen profesional distingue el ‘off the record‘ de las filtraciones o de las indagaciones. No tiene usted que contar que le ha visto de fiesta, es adúltero, gay o incapaz de encadenar dos pensamientos, pero sí que sabe de sus prácticas dopantes, de sus deseos de cambiar de club o de sus tendencias a la holgazanería en un oficio que necesita del trabajo para ganar su sueldo. Quizás no hay que ser amigos del atleta. Quizás debería hacerle ver usted sus obligaciones profesionales como periodista. Quizás es mejor que se dedique usted al periodismo.
Uno de lo que yo considero grandes defectos actuales lo he notado en los días en que la selección española de baloncesto femenino se ha colgado la medalla de plata mundial. ¿Qué han ofrecido a sus lectores los medios? Retazos de perfiles arrancados de la FEB, textos y vídeos estirados ante la falta de previsión y de fondo de armario. Me asombra y me avergüenza que en grandes medios con periodistas con un enfoque especializado en baloncesto no asomen más que ignorancia y falta de recursos. Hace años disfruté de la posibilidad de ver debutar en directo a Alba Torrens con la selección española. Se veía que era algo diferente. Sólo con verla botar el balón se descubrió que jugaba a algo diferente a lo que nos había acostumbrado Amaya Valdemoro como mejor exponente. Quizás por eso empecé a poner un ojo en ese deporte. O tal vez fue porque cometí el error de rejuvenecer a Elisa Eguilar cuando escribí sobre aquel preolímpico en un blog de as.com. Entonces fueron los lectores los que señalaron en los comentarios mi incumplimiento con mis deberes y afronté su crítica como un empujón para tratar de mejorar mis tareas y conseguir lo que exige de cualquier en su oficio: profesionalidad. Mea culpa. No fue la última vez y suele servirme como latigazo para no decaer, para hacer un esfuerzo más por comprobar o para huir del refrito sin freno y demasiado similar al trabajo de otros en el que uno suele caer en su comienzos. No tiene disculpa, pero peor es la repetición de los errores.
Si volvemos al ejemplo del baloncesto, en los últimos días he comprobado como en los grandes medios un texto de opinión sobre el torneo ocupaba 4 de sus 6 columnas con la figura de Juan Antonio Orenga y otra sólo para rellenar con los nombres de toda la plantilla. En medios deportivos leí barbaridades como Chequía (sic) o que David mató a Goliat con una onza (sic). En otro diario, el recurrido y sencillo juego de repaso a la actuación de las subcampeonas incluía a Alba Torrens como ‘la Navarro de la selección femenina‘. Intuyo que el redactor nunca escribirá sobre la ‘bomba‘ que es ‘el Alba Torrens de la selección masculina‘. La pereza nos ofrece soluciones vagas.
En la oportunidad para entrevistar a las protagonistas en el aeropuerto de Barajas, alguien poco preparado se acercó a Sancho Lyttle para preguntar y la clásica nube de cámaras rodeó a la caribeña. Desconozco lo que tardaron en percatarse del nivel de español de la joven, pero en menos de un minuto abandonaron sus posiciones mientras yo sentía (de nuevo) vergüenza ajena por mi profesión. También es verdad (aunque no disculpa) que muchos de los periodistas que acudieron al evento sabían que por mucho esfuerzo que emplearan no contarían con más de un minuto de emisión en sus canales y cadenas. Quizás por insatisfacción, algunos de estos medios trabajaron en días posteriores en piezas más elaboradas –en algunos casos, por otros redactores–.
Por supuesto, desligo de todas estas observaciones a los numerosos periodistas que afrontan cada día la redacción numerosas y variadas informaciones para completar el catálogo de las fábricas de churros en un país en el que se vende al peso. La reducción y los recortes en un sector tan castigado afectan tanto a vendedores como a clientes. En estos casos, la sola intención de salir de la redacción en busca de una noticia se antoja tan utópica como obligada a las horas extralaborales. También aparto a aquellos que por convicción o apoyos de sus medios se afanan en el trabajo cuidado que necesita esfuerzo y creatividad fuera del ‘periodismo wikipedia‘. Levantar un teléfono puede tener consecuencias. El programa ‘Informe Robinson‘ en Canal +, las iniciativas editoriales con revistas fuera del círculo de amiguetes de los deportistas se agradecen y ponderan (Libros del KO, Panenka), las columnas de cuidada redacción de Enric González, la especialización mezclada por la pasión y el razonamiento de Gaby Ruiz o la esmerada búsqueda de historias más allá del deporte –sin necesidad del drama–. Son estimulantes para el goce del lector exigente o superficial, especializado o curioso, profano o enfermo del deporte. Hay para todos y, en general, es coincidente. En mi opinión, son lo que el periodista debe aspirar a ofrecer.
Pero no nos engañemos, estas iniciativas están cada vez más alejadas de los medios convencionales o de los acomodados jornaleros sin inquietudes, los que mantienen el rumbo como un transatlántico sin capacidad de maniobra aunque se encuentren un iceberg o los que se miran sólo entre ellos. Creen que el periodismo no vende. Lo que no consigue compradores son la zafiedad, lo vulgar, lo descuidado y las chapuzas. Porque casi nadie va a pagar por ver al doblar la página lo que puede encontrar al doblar cualquier esquina.
Javier Bragado es periodista.