Había una vez un club en el que sus futbolistas eran personas normales. Era un club cuyo primer equipo estaba formado por ricos y famosos futbolistas, no tan ricos ni tan famosos como ahora, pero ricos y famosos al fin y al cabo. Y, pese a su popularidad y cuenta corriente, solían relacionarse con la plebe periodística que los esperaba después de los entrenamientos para charlar un rato con ellos. Algunas de esas relaciones iban más allá y podía verse, en una misma mesa de un mismo restaurante, a un profesional del balón y a otro de la noticia comiendo juntos. Para aquellas personas normales, algunas más que otras, el periodista era un ser humano con vida, familia, inquietudes, problemas y aficiones. Vamos, como ellos mismos, pero sin dedicarse a lo mismo. Para esos futbolistas que aún no habían sido sepultados desde el club por toneladas de prohibiciones cuyo fin es controlar la información, la empatía no era, como pasa ahora, un nombre que recuerda a un perfume. El futbolista entendía y se ponía al lado del periodista. Y viceversa.
Ese fluir comunicativo de doble sentido solo se vive hoy en una dirección y, pronto, ni eso. Porque el abismo entre la prensa y los futbolistas es ya, seguramente, insalvable. Ya no existe complicidad, ni confianza, ni siquiera parece que haya intereses comunes, que los hay. Para el futbolista la prensa es un problema que hay que driblar como se dribla a un rival, rápido y evitando la zancadilla que, se supone, recibe siempre el jugador. Eso ocurre en el Barça y en la mayoría de grandes clubs europeos, pero sobre todo en el Barça, donde las políticas comunicativas se han hecho cada vez más restrictivas. Tanto que han logrado convertir a los futbolistas en quienes mandan, cada uno con sus normas, a nivel de comunicación.
Solo así se entiende que un club que se gasta 65 millones de euros en las fichas de su primer equipo de fútbol no sea capaz de obligar a Leo Messi a salir en zona mixta tras cada partido como sí hace Cristiano Ronaldo en el Madrid. Solo así se entiende que un club que se gasta ese dinero en convertir a jugadores de fútbol en jóvenes multimillonarios sude sangre para que esos mismos multimillonarios salgan en ruedas de prensa. La respuesta es mucho más preocupante que la pregunta: al Barça ya le va bien que sea así. Quien controla la información, lo controla todo.
Esa era una de las máximas del mejor entrenador de la historia blaugrana, Pep Guardiola, uno de los grandes artífices de que, hoy, estemos donde estamos. El de Santpedor, que ahora se ha vestido de tirolés y acepta que la web del Bayern emita íntegramente los entrenamientos de su equipo por streaming, fue el último en entrenar en el pequeño campo que había anexo a la antigua Masia. Trasladó al equipo a la Ciutat Esportiva para profesionalizar todo lo que lo envuelve. Pero, al mismo tiempo que ganaba títulos, su política comunicativa era más restrictiva. Para todos menos para quienes tenían el honor de tener su teléfono o el de Estiarte, que hacía el trabajo sucio de su jefe pidiendo favores a los medios de comunicación. Pido sin dar nada, que con las finales de Champions tenéis más que suficiente.
Guardiola es el gran responsable de la bunkerización de la primera plantilla, a la que alejó de los periodistas situando la sala de prensa al otro lado de la Ciutat Esportiva para que, tras los entrenamientos, no hubiera conexión posible. Mientras tanto, su amigo dictaba las preguntas que él quería responder en sus clases magistrales antes y después de los partidos, esas ruedas de prensa de videoteca. Por lo menos, Guardiola tuvo la decencia de no mentir nunca. Su capacidad oratoria le ayudaba a ello: sabía escoger el atajo verbal idóneo para cada momento.
La mancha de silencio se extendió pronto hacia el fútbol base, una burbuja de seda que, cuando estalla, convierte a los que la traspasan en fracasados que solo dejan de serlo cuando conocen el mundo real (siempre hay vida en el más allá). Nada de entrevistas, nada de fotos, nada de nada.
Y así, mientras Rajoy se esconde detrás de un plasma, los futbolistas que un día fueron normales lo hacen detrás de sus responsables de comunicación, que son los que llevan la vida pública mientras ellos disfrutan de la privada. No es nada extraño que, visto lo visto, se haya pronunciado lo siguiente: “Hay gente que tiene capacidad para escuchar y aceptar las críticas. Yo no soy uno de esos”. La frase dice mucho, y poco bueno (solo le salva la sinceridad), de quien la pronuncia: Luis Enrique. Él, por lo menos, siempre fue así desde futbolista, muy crítico con la prensa, cosa que yo, por lo menos, sí acepto porque creo que me hace mejor periodista y, sobre todo, mejor persona.
Ivan San Antonio es periodista de Sport.