El bocata de Martí

Gerard, de què vols l’entrepà” (1), pregunta Marta, mientras Gerard, sin ninguna gana, le decía “M’és igual, però no hi posis tomàquet que el pa queda tou” (2).

Absorto, pensativo, Gerard recordaba con cariño que, cada vez que su abuelo llamaba a la puerta, significaba que era día grande: tocaba ir a l’Estadi. A ver a su Barça. Mateu, su abuelo, era de los que sacaban el culo por la última fila del antiguo campo, de los que dio origen a uno de los motes más famosos del fútbol. Era culé.

A Mateu le gustaba mucho ir al Camp Nou, pero sobre todo le gustaba ir acompañado de su nieto pequeño, Gerard. Al mayor, Toni, le había dado por los animales, los conocía mejor que los veterinarios del zoo. Pero el pequeño, Gerard… Gerard llevaba el estigma de la familia. “Si le pinchan, la sangre es blaugrana” decía Mateu orgulloso.

El ritual era siempre el mismo, la iaia Lluïsa preparaba con cariño los bocadillos: pan con tomate y un librito (lomo rebozado relleno de queso) bien cortadito, para que a Gerard no le costara comérselo. Mateu cogía la bolsa y de la otra mano a su nieto, que llevaba una sonrisa que le acompañaba antes, durante y casi siempre después, porque acostumbrábamos a ganar.

Gerard suspiraba por ver a Asensi. Un día, el incansable abuelo, consiguió introducirle en un campo aún sin vallas y consiguió hacerle una foto con su ídolo. Tras la foto, un “a tomar por culo” del famoso jugador le desilusionó tanto que cambió sus preferencias: “ara m’agrada el 14, avi”(3) – “Tu sí, que en saps, Gerard”(4) . Esos recuerdos humedecieron los ojos de Mateu.

Martí, de 4 años y medio, no conoció a su bisabuelo, pero Gerard se encargó de que su pasión por el Barça sí la compartieran. Hacía muy poquito que iba al campo, desde principio de temporada (Gerard le hubiera llevado antes pero a su madre le daba miedo), pero él ya no sabía ir sin su hijo, bocata en una mano, y la otra cogiendo a Martí, con la misma sonrisa que dibujaba él 30 años antes.

Ese día, el bocadillo era para uno. Una nueva norma de la directiva de Sandro Rosell impedía que los niños sin abono o entrada accedieran al Camp Nou. Ese día no había sonrisa, ni niño, y el bocata daba igual. Ese día, por primera vez, el Barça era tristeza. Y él pensó “Asensi tenía razón: a tomar por culo”.

(1) Gerard, ¿de qué quieres el bocadillo?
(2) Me da igual, pero no pongas tomate, que el pan se pone blando.
(3) Ahora me gusta el 14, abuelo.
(4) Tú sí que sabes, Gerard,

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