Fue precioso. Los inicios nunca fueron fáciles, pero, ¿alguna vez lo son? Tuvimos que despedirnos de algunos amigos, amigos que nos dieron grandes momentos y que en algún momento del camino comenzaron a tomar decisiones que, bien mirado, quizá no fueran equivocadas, sólo que no se correspondían con lo que nosotros esperábamos de ellos. Nos dijimos el último adiós con media sonrisa en nuestra cara, deseando que tuviese razón cuando nos dijo que sería mejor sin ellos, que eran mala influencia. Resultó que estaba en lo cierto y comenzamos un viaje fantástico, con momentos que ojalá pudiésemos vivir en bucle, como cuando viajamos a Roma o a Londres, y también hubo instantes en los que creíamos que el mundo era injusto con nosotros, como si algo tan grande como el mundo se hubiese siquiera planteado fastidiar a seres tan insignificantes. Después de un año complicado, sin la magia (maldita sea la magia) de los comienzos, todo acabó. Y terminó mal, de forma abrupta, inesperada, dolorosa, como casi todos los finales. Éramos conscientes de que el final podía llegar en cualquier momento, al fin y al cabo, no hay nada eterno, ¿no? Aún así, nos agarrábamos a la posibilidad de recuperar la magia. Podemos cambiar, podemos dejar de ver a esos amigos que no te gustan si hace falta. Todo sea por volver a repetir esos viajes fantásticos por Europa.
En clave personal, Guardiola es el mejor entrenador de fútbol que he tenido ocasión de ver. Por desgracia, llegué tarde para contemplar la obra de Cruyff, esa que cambió todo. No he disfrutado tanto con el fútbol como en el periodo de tiempo en el que Pep se sentaba en el banquillo de l’Estadi y no entendí su marcha en un primer momento. Con el tiempo, sin embargo, llega finalmente el momento, ese momento en el que sabes que ha cicatrizado la herida, ese en el que puedes pensar “que le vaya bien… pero no mejor que a mí”. Ojalá Pep tenga mucha suerte en la Bundesliga – aunque no la vaya a necesitar – y que en ella la agote toda por si el destino nos depara un choque Europa.
Imaginar siquiera un escenario en el que un culé prefiera que gane otro equipo que no sea el suyo en una competición que disputan los dos es del todo absurdo, llevar la caricatura al extremo. Ni el más pepista de los culés puede desear algo así y, si es así, no es culé. No se trata de repartir carnets ni de dar lecciones a nadie: esto es un deporte, un espectáculo, y cada uno es libre de apoyar o simpatizar con el equipo que vea conveniente. Culé es un término empleado para describir a aquellos aficionados del Fútbol Club Barcelona, así como los del Bayern de Múnich tendrán otro término que no conozco ni tengo especial interés en ello.
En esta ridícula guerra de trincheras entre personas que, en el fondo, quieren lo mismo, es tan o más ridícula que la inexistente dicotomía Bayern-Barça. Es normal – y sano – discrepar sobre la forma, especialmente en algo tan subjetivo como son los gustos futbolísticos de cada uno. Yo reconozco que con este equipo no disfruto tanto como con el Barça de Pep (a pesar de la mejoría en los últimos partidos), pero tampoco tiene Martino los mismos mimbres que tenía entonces Guardiola, sobre todo cuando los dos pilares del Barça de Pep, representados por las figuras de Xavi y Messi, no están, por motivos diferentes. Aún así, el Barça es líder y ha hecho una primera vuelta espectacular si miramos a los números.
No tan magníficos han sido estos meses si hablamos de sensaciones, pero, de nuevo, esto son percepciones propias. Uno cree – probablemente de forma equivocada – que la mejor manera para repetir éxitos es volver a la fórmula que nos dio tantos últimamente. Quizá ya no sea posible. Al fin y al cabo, si Martino fuese capaz de hacer jugar a sus hombres tal como jugaban hace tres años (¡cómo pasa el tiempo!), ya lo habría hecho. No hay motivos para pensar que un entrenador tan reputado como lo es el argentino pondría en riesgo su trabajo y su carrera sólo por la manía personal en jugar de una cierta manera. ¿Que tendrá sus preferencias? Seguro, ellas lo han llevado hasta el banquillo en el que hoy se sienta. A final de temporada habrá tiempo para evaluar su proyecto con más perspectiva.
De momento, aquellos a los que le sepa a poco la aventura futbolística que propone el rosarino se podrán conformar mirando a la tabla y el calendario. El escepticismo es comprensible en enero, pero en mayo se desvanecerá y veremos la verdadera silueta de este Barça. Quizá nos volveremos a enamorar en otro viaje en Europa. Lisboa suena bien. Quién sabe. Tras la derrota en Bilbao a principios de diciembre todo apuntaba a una implosión y lo cierto es que el equipo ha enlazado alguna de sus mejores actuaciones desde entonces. Y a Pep… que le vaya bien, pero no mejor que a nosotros.