Con parches y a lo loco

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Thomas Vermaelen (1985, siete partidos como titular el año pasado en la Premier League) y Jérémy Mathieu (1983, lateral izquierdo reconvertido a central) han sido la respuesta del Barça al problema central. Por tercer año consecutivo, el equipo culé afrontaba el periodo estival con importantes urgencias en el eje de la defensa. Si en los cursos anteriores este agujero negro no fue resuelto de manera inexplicable, ha bastado que el equipo dejase de ganar para que la secretaría técnica se pusiese manos a la obra.

La conclusión es que podría haber sido peor. Esto, prácticamente un consuelo, no es moco de pavo cuando hablamos de quien estamos hablando. Zubizarreta, por hache o por be, lo mismo me da que me da lo mismo, se ha mostrado incapaz de hacer su trabajo y mirar hacia arriba da pavor. Así que, en cierta medida, deberíamos estar complacidos de que, por fin, el Barça partirá con cuatro centrales puros (miremos hacia otro lado con Mathieu, después de su excelente temporada como tal en Valencia) cuando empiece la temporada.

Eso no significa que se hayan hecho bien los deberes. La secretaría técnica, por definición, debería ser capaz de anticiparse a los problemas del equipo al que sirve. Con la edad de Puyol y su historial de lesiones y la decadencia absoluta sin ninguna gracia de Piqué, la respuesta no podía ser esperar que la edad curase al primero y que un técnico recién aterrizado espantase la tontería al segundo. Ya hace varios marzos que el Barça tendría que haber firmado jugadores contrastados para una posición esencial como es la de central. Y la respuesta no puede ser la de un jugador que lleva años lejos de su mejor nivel y atormentado por las lesiones o la de un jugador que hará 31 años en octubre.

Ni Mathieu ni Vermaelen son malos jugadores. Los dos responden al perfil que buscaba el Barça: zurdos, rápidos al corte, con capacidad para achicar grandes espacios y con buena salida de balón. Problemas de lesiones aparte, son futbolistas que, en un momento dado (como diría aquel), pueden ser de gran ayuda en una zona del campo en la que el Barça tiene propensión a quedarse corto de efectivos. Sin embargo, no son la gran respuesta que demandaba la posición: ni son Thiago Silva, un jugador contrastado como mejor central del mundo; ni son Marquinhos, un gran talento por pulir; ni son Hummels, que encajaba perfectamente con la apuesta futbolística culé. Da la impresión que el Barcelona parte con cuatro centrales suplentes, hecho inadmisible cuando ya una mano empieza a quedarse corta para contar los años en los que esta posición ha sido el principal dolor de cabeza de un equipo que parecía inacabable pero que, como todo, se acabó. Además, las cifras desembolsadas (la cláusula por Mathieu y diez millones que muy posiblemente se inflarán con variables por el belga) tampoco parecen indicar que se haya trabajado previamente en estas incorporaciones, que todo es producto de la improvisación constante, esa que está arrastrando consigo los últimos vestigios de grandeza culé.

El tiempo dirá si es injusto juzgar por el precio y el DNI al francés y por el historial de lesiones al ex jugador del Arsenal. A día de hoy, la realidad es bien distinta a la que quieren pintar desde las oficinas del Camp Nou. Y es que, a pesar de que un par de parches puedan alargar la vida de un desgastado pantalón, lo más probable es que cuando el camino empiece a empinarse este se quiebre por todas partes. Por cuarto año consecutivo.