Rico, guapo y famoso ¿Les suena? Nacido y criado en el entorno paradisíaco de la isla de Hawai, tricampeón del mundo de surf y casado con la joven belleza Lyndie Dupuis, una morena de ojos claros embarazada de 8 meses. Estos parecen los deseos que cualquiera pediría al genio de la lámpara. El suertudo que los gozara tendría que estar destinado a vivir una vida plena y feliz.
No fue el caso del icónico surfista Andy Irons, que acabó con este cuento de hadas en la habitación de un hotel cercano al aeropuerto de Dallas (Texas), donde esperaba el vuelo de vuelta casa. Esta semana su hijo Axel cumplió 4 años, los mismos que hace que Andy Irons perdió la vida en la que los medios y sus patrocinadores diagnosticaron en primera instancia como una muerte provocada por el Dengue, un virus tropical que se contrae por la picadura de un mosquito.
Hoy sabemos que la vida llena de excesos y el reiterado abuso de fármacos y otras drogas fueron las causas de la muerte de este genio del surf, un hombre que, según los que entienden, se caracterizó siempre por su elegancia sobre la tabla. El estilo de Irons era algo especial, capaz de tomar las olas con el esmoquin puesto. Simplemente, un fuera de serie. ¿Qué pasó entonces para que la historia de un deportista llamado a ser leyenda acabara en tragedia? Pasó algo tan humano, tan común en la vida y en el deporte como que había alguien por delante. Alguien mejor: Kelly Slater. Por mucho que consiguiera ganar 3 campeonatos seguidos, desde 2002 hasta 2004, y aunque lograra proclamarse campeón en 19 torneos de prestigio, Irons siempre tuvo que vivir comparándose con su principal competidor.
Pero Slater no solo le solía ganar la partida en el mar, sino también fuera de él. Mientras el 11 veces campeón mundial es todavía hoy en día una figura admirada por su simpatía y proximidad, Irons era un tipo bastante más reservado, con un talante más parecido al de una estrella de rock que al del hombre anuncio en el que trataron de convertirle. Kelly Slater siempre fue éxito, perfección, el yerno que cualquier madre querría para su hija. Irons era tan solo un gran surfista con un carácter complicado.
A pesar de mantener una estrecha relación entre ambos, rápidamente se forjó en el entorno un binomio de leyenda a la altura de los Magic Johnson–Larry Bird, Messi–Ronaldo o Muhammed Ali–Joe Frazier. No obstante en este caso había uno que no supo digerir la eterna comparación. Irons no pudo aguantar este cara a cara constante y poco a poco se fue descentrando hasta convertirse en una sombra de lo que había sido. Eran conocidas por todo el mundillo del surf las fiestas salvajes que solían acabar en tragedia, especialmente una en Indonesia donde Irons acabó inconsciente en el Hospital.
Ya en 2009, como preludio de lo que tenía que pasar, dejó momentáneamente su carrera de surfista por «problemas personales«, algo que muchos interpretaron como un serio intento del hawaiano por reconducir de verdad su vida. Pareció que lo conseguía y de hecho un año más tarde volvió a la competición, pero su batalla ya estaba perdida.
Esta semana, Andy Irons no pudo celebrar el cuarto cumpleaños de su hijo por culpa de su desdicha, la condena de alguien que tuvo la desgracia de no ser el mejor en lo que más amaba, el surf. O dicho de otro modo, de no aceptar que había alguien mejor. Este es un homenaje a un brillante segundón, a uno de los nuestros, los que salimos a la calle con la certeza de que hagamos lo que hagamos, siempre habrá alguien mejor. Por eso somos tan de Andy Irons. De alguna manera, todos somos Andy.