Barça y Nápoles dejaron para Montjuïc la resolución de su enfrenamiento de octavos de final de la Liga de Campeones después de empatar a uno en el Diego Armando Maradona. El viejo San Paolo vio a dos equipos que, de cruzarse con otros rivales, probablemente se despedirían de la competición.
Regresaba el Barça al mismo escenario donde comenzó a fraguar su última clasificación en una ronda de eliminatorias de la Liga de Campeones: el estadio Diego Armando Maradona. Y lo hacía para enfrentarse a un rival en igual o peores condiciones que él mismo.
Salió el equipo de Xavi con el cuchillo entre los dientes, con una excelente primera línea de presión que ponía constantemente en apuros a un Nápoles que parecía a la deriva. Hasta en siete oportunidades pusieron a prueba al portero local Lamine Yamal, Lewandowski y Gundogan. El equipo jugaba a un ritmo que muchos habían olvidado y mantenían ocioso a Ter Stegen, que no se vio obligado a intervenir en todo el primer tiempo.
Aun así y por mal que esté, el rival es el campeón de Italia y aprovechó los últimos diez minutos del primer acto para intentar robar el balón al Barça y asediar, sin éxito, el área culer; el once de Calzona se fue al descanso sin rematar ni una sola vez.
Tras la reanudación, el partido tomó otro tinte, ese de la ida y vuelta que tan mal suele caer a los blaugrana. En el primer minuto llegó el primer remate del Nápoles, desviado, pero el encuentro no tenía ya un hilo argumental estudiado, sino que era una suerte de correcalles que desinfló Pedri. El canario, bastante impreciso durante todo el encuentro, se inventó un pase con sotana al borde del área que Lewandowski convirtió en el 0-1, haciendo olvidar las dos ocasiones anteriores marradas por Gundogan ante Meret.
Con el marcador a favor, el Barça dio un paso atrás. Otro. Y al cuarto de hora, Osimhen le hizo un quiebro a Iñigo Martínez y convertía en gol el primer tiro entre palos de su equipo. Y ahí se desarboló de nuevo el equipo de Xavi. Como si todo el trabajo de 75 minutos no sirviera nada. Como si en lugar del campeón de liga hubiera once terrones de azúcar mirando cómo se deshacían bajo un diluvio. La suerte es que este Nápoles no moja. Como el Barça.
Foto: FC Barcelona